Hoy por hoy, los “castrati”, aquellos malogrados cantores de los siglos XVII y XVIII que sacrificaron su virilidad misma por alcanzar la gloria y la perfección en su arte, ejercen en nosotros gran fascinación. Una atracción que a estas alturas no tiene mucho que ver con los aspectos estéticos o musicales, habida cuenta de que no es posible escuchar las celebradas voces de Senesino y Crescentini. Ellos gorjearon unos 200 antes de la invención de gramófono. La seducción de su historia se relaciona más bien con la natural propensión al morbo del ser humano.
Resulta que el tema, de crónica roja de por sí, está además lleno de incógnitas -¿qué más atractivo que un enigma irresuelto y, más aún, irresoluble?- y de polémicas -¡y qué mas llamativo que un tema polemico!
Cuentan que la historia se inicia cuando, por dar cumplimiento a la disposición que prohibía a las mujeres cantar en las ceremonias religiosas,
Francesco Bernadi (1686-1758), Il Senesino, el castrato favorito de Handel
¿Por qué resultaba tan encantador el vocalismo de los evirati? Tratamos de imaginarnos: Una voz de timbre infantil, pero con la potencia y la energía de un cuerpo adulto, unos pulmones, un apoyo diafrágmático con la fuerza muscular plenamente desarrollada. Es más, se trataba de seres andróginos, que desarrollaban anchas caderas e incluso ginecomastia, es decir, exceso de volumen de sus mamas, pero al mismo tiempo, y por efecto sin duda de su desarreglo hormonal, de estatura superior al promedio, si hemos de creer a los cronistas de la época.
Su registro vocal, por otra parte, tenía una enorme extensión. Al decir de los entendidos, desarrollaban parte del registro masculino de la voz (o “voz de pecho”, como solemos dar en llamarla) que unían hábilmente y sin quiebres aparentes con la voz femenina (“de cabeza”), y ésta, con no menos pericia técnica, llegaba al eficientemente sobreagudo de la mujer.
Y ello nos lleva al aspecto polémico: eran popularísimos amantes. Sus aventuras amorosas incluían a miembros de ambos sexos (¡pregúntenle a messer Casanova!). ¿Cómo es eso posible? ¡Claro!, en una época sin anticonceptivos, resultaba de lo más atractivo para las damas un idilio sin peligro de embarazo. Pero por otro lado, al carecer de las respectivas dosis de testosterona, ¿cómo es posible que se les… bueno, quiero decir, que funcionaran como amantes masculinos?
Algunos estudiosos acotan que la hormona viril estaba presente, si bien en cantidades muy inferiores a un hombre normal, y que ello no solamente explica su desarrollado registro “de pecho” y su inverosímil extensión, sino también la aparición de vello facial e incluso la posibilidad de alguna erección. Nos ilustran acerca del procedimiento mediante el cual los jóvenes candidatos, o las víctimas, más bien dicho, eran emasculados. Más que un “castración”, nos aclaran, se trataba de atrofiar el desarrollo de las gónadas, sumergiéndolas repetidamente en leche a lo largo de la pubertad a fin de impidir, mediante presiones dactilares, su normal crecimiento. O sea que la operación, aparte de dolorosa, era larga.
Al otro lado de la polémica, se sitúan algunos médicos que juzgan que, para que el procedimiento, cualquiera que fuera, tuviera algún efecto en la calidad vocal, la secreción de hormona masculina tendría que ser realmente ínfima, lo cual pondría al bigote, la voz oscura en el registro grave, así como la rigidez del miembro viril, en el campo de la leyenda.
Una visión de este castrato galán, del eunuco “de película”, aparece justamente en el filme Farinelli (1994) del belga Gerard Corbiau.
Nuestro héroe, Carlo Broschi (1705-1782), llamado "Farinelli", tuvo en verdad una vida de lo más novelesca. De origen relativamente modesto, llegó a reemplazar "de facto" en sus funciones al rey de España y a su retiro había amasado una fortuna que sería la envidia de cualquier estrella del Pop contemporáneo. En el filme, fue representado por el atractivo Stefano Dionisi (abajo) que da vida a un cantor tan idealizado, cuanto lo es el retrado de Farinelli realizado por Corrado Giaquinto en 1753 (arriba). Idealización aparte, admitamos que Broschi tenía facciones y cuerpo bastante proporcionados, nada de amplias caderas, grasa subcutánea ni mucho menos los pechos feminoides de algunos castrati. Su apariencia habrá contribuido a su éxito, aunque no tanto como su voz.
En cuanto a ésta, a su instrumento vocal, mucho escapa a la minuciosa reconstrucción histórica de esta excelente película y queda librado a la especulación. Nadie puede jactarse de haber escuchado en persona a ninguno de los grandes castrati en los últimos 300 años. Lo que hicieron los productores del filme es mezclar, mediante un ordenador, las voces de una soprano (Ewa Malas-Godlewska) y un contratenor (Derek Lee Ragin), de modo de permitir a su protagonista las acrobacias inverosímiles que se atribuyen a los extraordinarios cantantes que conocieron Handel, Hasse o Scarlatti.
Hablando de reconstrucción historicista: en los años 50 se descubre que Vivaldi no es solamente el nombre de un compositor olvidado en alguna enciclopedia. Sus Cuatro estaciones, una colección de cuatro conciertos para violín, son grabadas por vez primera. En poco tiempo pasan a ser la obra clásica más "vendida" de la historia y la música barroca se "pone de moda". Los 60 vieron surgir los primeros esfuerzos "historicistas", es decir, librar a la ejecución del barroco de la influencia romántica que la adulteraba, buscando estilos de interpretación más auténticos. En la década siguiente, los 70, comenzó a tañerse "instrumentos originales" de la época, bien se trate de auténticas piezas de museo o de reconstrucciones modernas de instrumentos desaparecidos. Los resultados fueron controvertibles y sin duda en algunos casos se llegó a un exceso de erudición: el sonido se volvió áspero, sin vida, a las interpretaciones les faltó poesía (¡nada menos barroco!). Hoy por suerte vivimos una era algo más equilibrada entre lo "históricamente informado" y la música, sencilla y llanamente.
Por otro lado, el inquisitivo contratenor Russell Oberlin (n. 1928) exploró los mecanismos técnicos del falsete masculino, para conseguir mayor potencia vocal. Sus investigaciones tuvieron éxito, dándose inicio a una escuela "norteamericana" de contratenores que, sin llegar a la sonoridad de Caruso, son sin embargo perfectamente audibles en una teatro de proporciones barrocas junto a una orquesta a la usanza de esa época.
Mientras que la dulzura de la voz de Andreas Scholl, más europea si se quiere, lo asemeja a Deller:
¡Qué chévere Juan! Te envío el enlace de Alessandro Moreschi, que según lo que leí es la única voz de castrato que logró grabarse:
ReplyDeletehttp://www.youtube.com/watch?v=wv-S3uoeTXg
http://www.youtube.com/watch?v=wv-S3uoeTXg
Gracias, Juan Diego. Habrás visto que este artículo no es más que una introducción a una nota sobre Moreschi, que acabo de publicar, en la que me refiero a esas grabaciones. Te mando un abrazo.
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